EL ORIGEN DEL EFECTO PIGMALION
El efecto pigmalión tiene su origen en un mito griego consistente en un escultor llamado [[Pigmalión]] (Πυγμαλίων en griego antiguo) que se enamoró de una de sus creaciones: [[Galatea]]. A tal punto llegó su pasión por la escultura que la trataba como si fuera una mujer real, como si estuviera viva. El mito continúa cuando la escultura cobra vida después de un sueño de Pigmalión, por obra de Afrodita al ver el amor que éste sentía por la estatua, que representaba a la mujer de sus sueños.[[Archivo:Angelo Bronzino 068.jpgthumbborder''Pygmalión y Galatea'', por [[Angelo Bronzino]] (1530).]]Este suceso fue nombrado como el efecto pigmalión ya que superó lo que esperaba de sí mismo al crear una escultura tan perfecta que llega a enamorarse de ella.
AMBITOS DEL EFECTO PIGMALION
Educativo
[[Rosenthal y Jacobson]] estudian el efecto Pigmalión desde la perspectiva de la teoría de la [[profecía autorrealizada]]. Esta teoría la entendemos como uno de los factores que influyen en la motivación de los alumnos en el aula. Aparentemente parece que es un efecto mágico, pero no lo es, lo que ocurre es que los profesores formulan expectativas acerca del comportamiento en clase de diferentes alumnos y los van a tratar de forma distinta de acuerdo con dichas expectativas. Es posible que a los alumnos que ellos consideran más capacitados les den más y mayores estímulos, más tiempo para sus respuestas, etc. Estos alumnos, al ser tratados de un modo distinto, responden de manera diferente, confirmando así las expectativas de los profesores y proporcionando las respuestas acertadas con más frecuencia. Si esto se hace de una forma continuada a lo largo de varios meses, conseguirán mejores resultados escolares y mejores calificaciones en los exámenes.
Laboral
Si un empleado recibe la continua aceptación de su jefe, es muy posible que aquél exhiba un alto desempeño en sus funciones y por tanto su rendimiento sea más alto, a la vez que efectivo. Si por un contrario, sus capacidades son siempre cuestionadas por parte del superior, la actitud indiferente y desmotivación por parte del subordinado vaya aumentando, lo que incuestionablemente conllevará una disminución de la cantidad y calidad de su trabajo.En el mundo de la empresa, el Efecto Pigmalión viene a significar que todo jefe tiene una imagen formada de sus colaboradores y les trata según ella; pero lo más importante es que esa imagen es percibida por el colaborador aunque el jefe no se la comunique. De tal manera que cuando es positiva, todo va bien, pero cuando es negativa, ocurre todo lo contrario.
Personal
La confianza que los demás tengan sobre nosotros puede darnos alas para alcanzar los objetivos más difíciles. Ésta es la base del efecto Pigmalión, que la psicología encuadra como un principio de actuación a partir de las expectativas ajenas. Las profecías tienden a realizarse cuando existe un fuerte deseo que las impulsa.
Social
En todos los grupos sociales, la tradición cultural asigna normas de comportamiento a las que se espera que se adapten sus miembros. Generalmente implícitas, estas normas imponen códigos de conducta que no es fácil rehuir, por ejemplo, el que una mujer deba tener gestos delicados o que si la familia de una persona es adinerada, entonces esa persona debe vivir en una casa lujosa.Lo que empieza como una imitación por parte de los hijos de lo que hacen sus padres se convierte en su propio modo de ser . Esto quiere decir que las personas adquieren un rol a partir de los demás, y acaban creyéndolo propio. Se puede decir entonces, que somos lo que los demás esperan que seamos.El sociólogo [[Merton]], en 1948, aplicó este concepto al ámbito sociológico, idea que podría explicar parte de la crisis económica actual. Este autor dice que el miedo a una quiebra bancaria, en un inicio sin fundamento, lleva a que los ciudadanos retiren sus depósitos de dicho banco por lo que, efectivamente, lo llevan a la quiebra. También aplica dicho concepto a los prejuicios sociales desde el mismo planteamiento.
lunes, 17 de mayo de 2010
martes, 22 de diciembre de 2009
EL ESCALADOR
Me gustaría contarte un cuento:
“ Había una vez un hombre que estaba escalando una montaña. Estaba haciendo una escalada bastante complicada, una montaña en un lugar donde se había producido una intensa nevada. El había estado en un refugio esa noche y a la mañana siguiente la nieve había cubierto toda la montaña, lo cual hacía muy difícil la escalada. Pero no había querido volverse atrás así trepando y trepando, escalando por esta empinada montaña, hasta que en un momento determinado, quizás por un mal cálculo, quizás porque la situación era verdaderamente difícil, puso el pico de la estaca para sostener su cuerda de seguridad y se soltó el enganche. El alpinista se desmoronó y empezó a caer por la montaña golpeando salvajemente contra las piedras en medio de una cascada de nieve.
Pasó toda su vida por su cabeza y cuando cerró los ojos esperando lo peor, sintió que una soga le pegaba en la cara. Sin llegar a pensar, de un manotazo instintivo se aferró a esa soga. Quizás la soga se había quedado colgada de alguna amarra... si así fuera, podría ser que aguantara el golpe y detuviera su caída.
Miró hacia arriba pero todo era la ventisca y la nieve cayendo sobre él. Cada segundo parecía un siglo en ese descenso acelerado e interminable. De repente la cuerda pegó el tirón y resistió. El alpinista no podía ver nada pero sabía que por el momento se había salvado. La nieve caía intensamente y él estaba allí, como clavado a su soga, con muchísimo frío, pero colgado de este pedazo de lino que había impedido que muriera estrellado contra el fondo de la hondonada entre las montañas.
Trató de mirar a su alrededor pero no había caso, no se veía nada. Gritó dos o tres veces, pero se dio cuenta de que nadie podía escucharlo. Su posibilidad de salvarse era infinitamente remota; aunque notaran su ausencia nadie podría subir a buscarlo antes de que parara la nevada y aun en ese momento, como sabrían que el alpinista estaba colgado de algún lugar del barranco?
Pensó que si no hacía algo pronto, este sería el fin de su vida.
Pero, Qué hacer?
Pensó en escalar la cuerda hacia arriba para tratar de llegar al refugio, pero inmediatamente se dio cuenta de que eso era imposible. De pronto escuchó la voz. Una voz que venía desde su interior que le decía sueltate. Quizás era la voz de Dios, quizás la voz de su sabiduría interna, quizás la de algún espíritu maligno, quizás una alucinación.... y sintió que la voz insistía, sueltate, sueltate.
Pensó que soltarse significaba morirse en ese momento. Era la forma de parar el martirio. Pensó en la tentación de elegir la muerte para dejar de sufrir. Y como respuesta a la voz se aferró más fuerte todavía. Y la voz insistía sueltate, no sufras más, es inútil este dolor, sueltate. Y una vez más él se impuso aferrarse más fuerte aun, mientras concientemente se decía que ninguna voz lo iba a convencer de soltar lo que sin lugar a dudas le había salvado la vida. La lucha siguió durante horas pero el alpinista se mantuvo aferrado a lo que pensaba que era su única oportunidad.
Cuenta esta leyenda que a la mañana siguiente la patrulla de búsqueda y salvamento encontró al escalador casi muerto. Le quedaba apenas un hilito de vida. Algunos minutos más y el alpinista hubiera muerto congelado, paradójicamente aferrado a su soga.... a menos de un metro del suelo.”
Y yo digo, a veces no soltar es la muerte.
A veces la vida está relacionada con soltar lo que alguna vez nos salvó.
Soltar las cosas a las cuales nos aferramos intensamente creyendo que tenerlas es lo que nos va a seguir salvando de la caída.
“ Había una vez un hombre que estaba escalando una montaña. Estaba haciendo una escalada bastante complicada, una montaña en un lugar donde se había producido una intensa nevada. El había estado en un refugio esa noche y a la mañana siguiente la nieve había cubierto toda la montaña, lo cual hacía muy difícil la escalada. Pero no había querido volverse atrás así trepando y trepando, escalando por esta empinada montaña, hasta que en un momento determinado, quizás por un mal cálculo, quizás porque la situación era verdaderamente difícil, puso el pico de la estaca para sostener su cuerda de seguridad y se soltó el enganche. El alpinista se desmoronó y empezó a caer por la montaña golpeando salvajemente contra las piedras en medio de una cascada de nieve.
Pasó toda su vida por su cabeza y cuando cerró los ojos esperando lo peor, sintió que una soga le pegaba en la cara. Sin llegar a pensar, de un manotazo instintivo se aferró a esa soga. Quizás la soga se había quedado colgada de alguna amarra... si así fuera, podría ser que aguantara el golpe y detuviera su caída.
Miró hacia arriba pero todo era la ventisca y la nieve cayendo sobre él. Cada segundo parecía un siglo en ese descenso acelerado e interminable. De repente la cuerda pegó el tirón y resistió. El alpinista no podía ver nada pero sabía que por el momento se había salvado. La nieve caía intensamente y él estaba allí, como clavado a su soga, con muchísimo frío, pero colgado de este pedazo de lino que había impedido que muriera estrellado contra el fondo de la hondonada entre las montañas.
Trató de mirar a su alrededor pero no había caso, no se veía nada. Gritó dos o tres veces, pero se dio cuenta de que nadie podía escucharlo. Su posibilidad de salvarse era infinitamente remota; aunque notaran su ausencia nadie podría subir a buscarlo antes de que parara la nevada y aun en ese momento, como sabrían que el alpinista estaba colgado de algún lugar del barranco?
Pensó que si no hacía algo pronto, este sería el fin de su vida.
Pero, Qué hacer?
Pensó en escalar la cuerda hacia arriba para tratar de llegar al refugio, pero inmediatamente se dio cuenta de que eso era imposible. De pronto escuchó la voz. Una voz que venía desde su interior que le decía sueltate. Quizás era la voz de Dios, quizás la voz de su sabiduría interna, quizás la de algún espíritu maligno, quizás una alucinación.... y sintió que la voz insistía, sueltate, sueltate.
Pensó que soltarse significaba morirse en ese momento. Era la forma de parar el martirio. Pensó en la tentación de elegir la muerte para dejar de sufrir. Y como respuesta a la voz se aferró más fuerte todavía. Y la voz insistía sueltate, no sufras más, es inútil este dolor, sueltate. Y una vez más él se impuso aferrarse más fuerte aun, mientras concientemente se decía que ninguna voz lo iba a convencer de soltar lo que sin lugar a dudas le había salvado la vida. La lucha siguió durante horas pero el alpinista se mantuvo aferrado a lo que pensaba que era su única oportunidad.
Cuenta esta leyenda que a la mañana siguiente la patrulla de búsqueda y salvamento encontró al escalador casi muerto. Le quedaba apenas un hilito de vida. Algunos minutos más y el alpinista hubiera muerto congelado, paradójicamente aferrado a su soga.... a menos de un metro del suelo.”
Y yo digo, a veces no soltar es la muerte.
A veces la vida está relacionada con soltar lo que alguna vez nos salvó.
Soltar las cosas a las cuales nos aferramos intensamente creyendo que tenerlas es lo que nos va a seguir salvando de la caída.
lunes, 14 de diciembre de 2009
EL HOMBRE Y SU CARCEL
La guerra concluyó dejando tras de sí, entre otras cosas, paredes desmoronadas y destruidas. Como a muchos otros, la muerte y la destrucción me liberó de todo. Por primera vez tras muchos años me quedé sin referencias, sin obligaciones, sin condicionamientos.
Y después de unos días me sentí oprimido por una libertad insoportable.
No sabía qué hacer con ella.
Ahora que, finalmente, podía ir donde quisiera, no iba a ninguna parte.
La gente era en general muy amable conmigo, quizá porque yo le gustaba, por mi manera de ser o por alguna otra razón desconocida. Pero de todas maneras yo no aceptaba ninguna invitación. Temía que eso me quitara libertad y por eso no me atrevía a concertar ninguna cita.
Yo podía ir y venir a mis anchas. Podía hacer todo lo que se me ocurriera...
Y quizá por esa misma causa, no hacía nada.
Me sentía perdido entre las casas abiertas y la gente ocupada.
El largo día me parecía ser la terrible cárcel de la libertad.
El hastío me devoraba.
Mi mañana comenzaba muy tarde. Acostumbraba salir a la calle con la idea de visitar a alguno de mis amigos pero irremediablemente, yendo hacia su casa, me arrepentía hasta detenerme y ponía en duda la importancia de la visita o el sentido de hacerla. Pero sobre todo me generaba inquietud predecir lo que habría de seguirla.
Tomaba una dirección determinada con la convicción de que algo me estaría esperando pero de pronto me encontraba parado en la esquina de una calle, desesperado de todo, hastiado de todo y oprimido por ese libre albedrío y por las numerosas posibilidades que se me presentaban.
Así caía la tarde, sin haber abierto un libro y sin haber tomado en las manos mi violín.
Quería querer algo. Quería que algo me importara. Pero nada en la vida me era demasiado querido ni suficientemente odiado.
Hasta que cierto día, cuando creía no tener otra alternativa que la muerte, decidí encerrarme en mi cárcel. Dentro de ella encontraría alivio a mi corazón, como me había sucedido otras veces.
Abrí mi armario secreto, que cerraba bajo llave, saqué la llave me dirigí a la cárcel.
Mi cárcel se encontraba en el centro de una de las calles más animadas de la ciudad y en la puerta colgaba un cartel que anunciaba:
CARCEL PRIVADA
ENTRADA PROHIBIDA A EXTRAÑOS
Los transeúntes no le prestaban atención, puesto que sobre muchas otras puertas de la ciudad colgaban carteles similares.
La llave chirrió en la cerradura y la puerta se abrió con el quejido familiar.
Entré prescindiendo de la mirada de los que espiaban y cerré rápidamente la puerta tras de mí.
Apenas traspasé el umbral, se apoderó de mi una gran tranquilidad y mis pasos, hasta ahora dudosos, se hicieron firmes y seguros.
Reconocí inmediatamente mi buena y vieja cárcel. Reconocí las paredes blanqueadas y frescas, el reloj que marchaba sobre la pared, la mesa siempre llena de polvo, las hojas de papel, el violín, el lápiz afilado que me esperaba, la ventana abierta a la calle y el cómodo sofá.
Me acerqué a las rejas de la ventana, tomé con manos trémulas de felicidad las barras de hierro y un segundo después tomé la llave y la tiré por la ventana hacia la acera.
Me senté junto a la mesa. Sabía que algo faltaba en mi vida: un horario.
Tomé una hoja de papel y comencé a escribir:
Horario
- Despertarme a las 6.00
- Aseo, ejercicio físico, limpieza habitación, desayuno, música (de 6 a 10,30)
- Mirar por la ventana (de 11 a 13)
- Almuerzo, acostado inmóvil, movimientos y alaridos, muecas ante el espejo, estudios, mirar por la ventana, escribir cartas a mí mismo, cena, leer cartas, pensar sobre el exterior, plegaria, aseo (de 13 a 22)
- Recogimiento – 22,30
Pegué entonces el papel sobre la pared.
Los días me empezaron a llenar de seguridad y observé mi horario con maravillosa puntualidad. Estaba seguro de experimentar la sensación de plenitud que embarga al hombre ocupado.
Sin embargo, pese a la magnificencia de la satisfacción de los primeros días y el absoluto asentamiento en mi cárcel de olvido, comencé repentinamente a echar de menos el mundo de fuera de las rejas de mi ventana.
Noté que comía poco, que dejó de interesarme el violín y que me absorbían cada vez más los pensamientos sobre el exterior y mirar por la ventana.
Debo confesar que comencé a traicionarme.
Mientras hacía ejercicios, echaba una ojeada a pesar mío hacia la ventana; después de dos meses me levantaba más temprano y saltaba el desayuno para mirar más tiempo por la ventana.
Empecé a experimentar una horrible sensación de desarraigo, mucho más intensa que antes. Y me dí cuenta de que en el exterior, fuera de mi ventana, bullía la vida mientras yo estaba en la cárcel, aislado de todos y rodeado de murallas, la mayor parte de las cuales había levantado con mis propias manos.
Que difícil me resultó enfrentarme a la verdad.
Quería regresar a todo aquello que había despreciado, a la vida y a los seres humanos. Quería salir, juro que lo quería. Pero me acordé de que la llave estaba afuera, lejos del alcance de mi mano, todavía tirada junto al cordón.
En realidad, pensé, bastaba pedirla a uno de los transeúntes para encontrarme de nuevo entre seres humanos.
Primero rogué en voz baja, luego en voz alta y finalmente a gritos, pero nadie prestó atención a mi pedido. La gente caminaba apresurada, como si no me viera, como si no supiera que mi libertad se encontraba en sus manos.
Jamás sufrí tanto. Mi cárcel, refugio ideal de otros tiempos, me había aislado de la vida.
De pronto, pasos irregulares se dejaron oír a la izquierda de mi ventana. Una anciana se acercó lentamente y se detuvo justo al lado de la llave de mi prisión.
Mis sentidos estaban tensos hasta estallar. Era indudable que había visto la llave. Seguí su mirada.... Con tal de que no la coja y desaparezca con ella para siempre, pensé.
- Eh.... Oiga..... Usted..... La llave es mía..... – le grité -. Si me abre le regalo este lugar.... ¿Me escucha?
Pero ella no me escuchaba.
Muy despacio tendió la mano, como yo temía, hacia la llave.
Antes de alcanzar a tocarla, tropezó y se cayó en la calle golpeándose la cabeza.
- Socorro – gritó -. No puedo levantarme.
Nadie acudió en su ayuda. La calle estaba desierta.
- Socorro – rogó con voz temblorosa.
Solo yo podía socorrerla. No pude dominarme. Corrí hacia la puerta y aunque sabía que mi cerradura era inviolable, arremetí contra ella con todo el peso de mi cuerpo.
Antes de captar qué sucedía, me encontré tendido en la acera.
La puerta jamás había estado cerrada con llave.
Yo nunca había intentado abrirla. Me limité a pedir ayuda de afuera.....
Los quejidos de la anciana y sus suspiros me despertaron de mis pensamientos. Me acerqué y la ayudé a levantarse. La senté sobre las escaleras de la cárcel y me apresuré a llevarle un vaso de agua.
Apenas hube terminado de vendar sus heridas, la anciana se recuperó, me agradeció besándome las manos y se fue.
La calle comenzó a poblarse.
Los automóviles circulaban velozmente tocando el claxon.
Saludé a alguien y me estrechó la mano.
Diversas personas notaron mi presencia y me sonrieron.
Arranqué el cartel de mi cárcel y coloqué en ese lugar un anuncio que escribí:
SE ALQUILA ESTA SALA PARA FARMACIA
Me quedé solo un momento y luego me puse a andar.
De pronto me acordé de que era imposible cerrar con llave desde dentro y a partir de allí me di cuenta de muchas cosas.
La puerta de mi cárcel sólo se abrió cuando estuve dispuesto a dar lo que otro necesitaba de mí: pero permanecía cerrada cuando yo sólo gritaba lo que necesitaba.
La cárcel la había cerrado mi mente al encerrarme exclusivamente en mis propias necesidades.
La cárcel era en encierro en el que me aislaba cuando creía que no tenía nada para ofrecer.
Me apresuré un poco... Estaba ocupado.
¿Encerrarme otra vez?
Castigar al mundo con mi ausencia.
Hacerme un horario repleto de ocupaciones que me entenga alejado de la ventana....
No era ninguna solución.
La razón de mi sentirme mal en casa no se debía a que fuera ese el lugar donde habitaban mi dolor y mis recuerdo, era porque ahí vivía mi incapacidad de pensar en otra cosa que no fuera mi propio sufrimiento y mi frustrada necesidad de amor.
..............................................................................
Y después de unos días me sentí oprimido por una libertad insoportable.
No sabía qué hacer con ella.
Ahora que, finalmente, podía ir donde quisiera, no iba a ninguna parte.
La gente era en general muy amable conmigo, quizá porque yo le gustaba, por mi manera de ser o por alguna otra razón desconocida. Pero de todas maneras yo no aceptaba ninguna invitación. Temía que eso me quitara libertad y por eso no me atrevía a concertar ninguna cita.
Yo podía ir y venir a mis anchas. Podía hacer todo lo que se me ocurriera...
Y quizá por esa misma causa, no hacía nada.
Me sentía perdido entre las casas abiertas y la gente ocupada.
El largo día me parecía ser la terrible cárcel de la libertad.
El hastío me devoraba.
Mi mañana comenzaba muy tarde. Acostumbraba salir a la calle con la idea de visitar a alguno de mis amigos pero irremediablemente, yendo hacia su casa, me arrepentía hasta detenerme y ponía en duda la importancia de la visita o el sentido de hacerla. Pero sobre todo me generaba inquietud predecir lo que habría de seguirla.
Tomaba una dirección determinada con la convicción de que algo me estaría esperando pero de pronto me encontraba parado en la esquina de una calle, desesperado de todo, hastiado de todo y oprimido por ese libre albedrío y por las numerosas posibilidades que se me presentaban.
Así caía la tarde, sin haber abierto un libro y sin haber tomado en las manos mi violín.
Quería querer algo. Quería que algo me importara. Pero nada en la vida me era demasiado querido ni suficientemente odiado.
Hasta que cierto día, cuando creía no tener otra alternativa que la muerte, decidí encerrarme en mi cárcel. Dentro de ella encontraría alivio a mi corazón, como me había sucedido otras veces.
Abrí mi armario secreto, que cerraba bajo llave, saqué la llave me dirigí a la cárcel.
Mi cárcel se encontraba en el centro de una de las calles más animadas de la ciudad y en la puerta colgaba un cartel que anunciaba:
CARCEL PRIVADA
ENTRADA PROHIBIDA A EXTRAÑOS
Los transeúntes no le prestaban atención, puesto que sobre muchas otras puertas de la ciudad colgaban carteles similares.
La llave chirrió en la cerradura y la puerta se abrió con el quejido familiar.
Entré prescindiendo de la mirada de los que espiaban y cerré rápidamente la puerta tras de mí.
Apenas traspasé el umbral, se apoderó de mi una gran tranquilidad y mis pasos, hasta ahora dudosos, se hicieron firmes y seguros.
Reconocí inmediatamente mi buena y vieja cárcel. Reconocí las paredes blanqueadas y frescas, el reloj que marchaba sobre la pared, la mesa siempre llena de polvo, las hojas de papel, el violín, el lápiz afilado que me esperaba, la ventana abierta a la calle y el cómodo sofá.
Me acerqué a las rejas de la ventana, tomé con manos trémulas de felicidad las barras de hierro y un segundo después tomé la llave y la tiré por la ventana hacia la acera.
Me senté junto a la mesa. Sabía que algo faltaba en mi vida: un horario.
Tomé una hoja de papel y comencé a escribir:
Horario
- Despertarme a las 6.00
- Aseo, ejercicio físico, limpieza habitación, desayuno, música (de 6 a 10,30)
- Mirar por la ventana (de 11 a 13)
- Almuerzo, acostado inmóvil, movimientos y alaridos, muecas ante el espejo, estudios, mirar por la ventana, escribir cartas a mí mismo, cena, leer cartas, pensar sobre el exterior, plegaria, aseo (de 13 a 22)
- Recogimiento – 22,30
Pegué entonces el papel sobre la pared.
Los días me empezaron a llenar de seguridad y observé mi horario con maravillosa puntualidad. Estaba seguro de experimentar la sensación de plenitud que embarga al hombre ocupado.
Sin embargo, pese a la magnificencia de la satisfacción de los primeros días y el absoluto asentamiento en mi cárcel de olvido, comencé repentinamente a echar de menos el mundo de fuera de las rejas de mi ventana.
Noté que comía poco, que dejó de interesarme el violín y que me absorbían cada vez más los pensamientos sobre el exterior y mirar por la ventana.
Debo confesar que comencé a traicionarme.
Mientras hacía ejercicios, echaba una ojeada a pesar mío hacia la ventana; después de dos meses me levantaba más temprano y saltaba el desayuno para mirar más tiempo por la ventana.
Empecé a experimentar una horrible sensación de desarraigo, mucho más intensa que antes. Y me dí cuenta de que en el exterior, fuera de mi ventana, bullía la vida mientras yo estaba en la cárcel, aislado de todos y rodeado de murallas, la mayor parte de las cuales había levantado con mis propias manos.
Que difícil me resultó enfrentarme a la verdad.
Quería regresar a todo aquello que había despreciado, a la vida y a los seres humanos. Quería salir, juro que lo quería. Pero me acordé de que la llave estaba afuera, lejos del alcance de mi mano, todavía tirada junto al cordón.
En realidad, pensé, bastaba pedirla a uno de los transeúntes para encontrarme de nuevo entre seres humanos.
Primero rogué en voz baja, luego en voz alta y finalmente a gritos, pero nadie prestó atención a mi pedido. La gente caminaba apresurada, como si no me viera, como si no supiera que mi libertad se encontraba en sus manos.
Jamás sufrí tanto. Mi cárcel, refugio ideal de otros tiempos, me había aislado de la vida.
De pronto, pasos irregulares se dejaron oír a la izquierda de mi ventana. Una anciana se acercó lentamente y se detuvo justo al lado de la llave de mi prisión.
Mis sentidos estaban tensos hasta estallar. Era indudable que había visto la llave. Seguí su mirada.... Con tal de que no la coja y desaparezca con ella para siempre, pensé.
- Eh.... Oiga..... Usted..... La llave es mía..... – le grité -. Si me abre le regalo este lugar.... ¿Me escucha?
Pero ella no me escuchaba.
Muy despacio tendió la mano, como yo temía, hacia la llave.
Antes de alcanzar a tocarla, tropezó y se cayó en la calle golpeándose la cabeza.
- Socorro – gritó -. No puedo levantarme.
Nadie acudió en su ayuda. La calle estaba desierta.
- Socorro – rogó con voz temblorosa.
Solo yo podía socorrerla. No pude dominarme. Corrí hacia la puerta y aunque sabía que mi cerradura era inviolable, arremetí contra ella con todo el peso de mi cuerpo.
Antes de captar qué sucedía, me encontré tendido en la acera.
La puerta jamás había estado cerrada con llave.
Yo nunca había intentado abrirla. Me limité a pedir ayuda de afuera.....
Los quejidos de la anciana y sus suspiros me despertaron de mis pensamientos. Me acerqué y la ayudé a levantarse. La senté sobre las escaleras de la cárcel y me apresuré a llevarle un vaso de agua.
Apenas hube terminado de vendar sus heridas, la anciana se recuperó, me agradeció besándome las manos y se fue.
La calle comenzó a poblarse.
Los automóviles circulaban velozmente tocando el claxon.
Saludé a alguien y me estrechó la mano.
Diversas personas notaron mi presencia y me sonrieron.
Arranqué el cartel de mi cárcel y coloqué en ese lugar un anuncio que escribí:
SE ALQUILA ESTA SALA PARA FARMACIA
Me quedé solo un momento y luego me puse a andar.
De pronto me acordé de que era imposible cerrar con llave desde dentro y a partir de allí me di cuenta de muchas cosas.
La puerta de mi cárcel sólo se abrió cuando estuve dispuesto a dar lo que otro necesitaba de mí: pero permanecía cerrada cuando yo sólo gritaba lo que necesitaba.
La cárcel la había cerrado mi mente al encerrarme exclusivamente en mis propias necesidades.
La cárcel era en encierro en el que me aislaba cuando creía que no tenía nada para ofrecer.
Me apresuré un poco... Estaba ocupado.
¿Encerrarme otra vez?
Castigar al mundo con mi ausencia.
Hacerme un horario repleto de ocupaciones que me entenga alejado de la ventana....
No era ninguna solución.
La razón de mi sentirme mal en casa no se debía a que fuera ese el lugar donde habitaban mi dolor y mis recuerdo, era porque ahí vivía mi incapacidad de pensar en otra cosa que no fuera mi propio sufrimiento y mi frustrada necesidad de amor.
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domingo, 13 de diciembre de 2009
ANIMARSE A VOLAR
..Y cuando se hizo grande, su padre le dijo:
-Hijo mío, no todos nacen con alas. Y si bien es cierto que no tienes obligación de volar, opino que sería penoso que te limitaras a caminar teniendo las alas que el buen Dios te ha dado.
-Pero yo no sé volar – contestó el hijo.
-Ven – dijo el padre.
Lo tomó de la mano y caminando lo llevó al borde del abismo en la montaña.
-Ves hijo, este es el vacío. Cuando quieras podrás volar. Sólo debes pararte aquí, respirar profundo, y saltar al abismo. Una vez en el aire extenderás las alas y volarás...
El hijo dudó.
-¿Y si me caigo?
-Aunque te caigas no morirás, sólo algunos machucones que harán más fuerte para el siguiente intento –contestó el padre.
El hijo volvió al pueblo, a sus amigos, a sus pares, a sus compañeros con los que había caminado toda su vida.
Los más pequeños de mente dijeron:
-¿Estás loco?
-¿Para qué?
-Tu padre está delirando...
-¿Qué vas a buscar volando?
-¿Por qué no te dejas de pavadas?
-Y además, ¿quién necesita?
Los más lúcidos también sentían miedo:
-¿Será cierto?
-¿No será peligroso?
-¿Por qué no empiezas despacio?
-En todo casa, prueba tirarte desde una escalera.
-...O desde la copa de un árbol, pero... ¿desde la cima?
El joven escuchó el consejo de quienes lo querían.
Subió a la copa de un árbol y con coraje saltó...
Desplegó sus alas.
Las agitó en el aire con todas sus fuerzas... pero igual... se precipitó a tierra...
Con un gran chichón en la frente se cruzó con su padre:
-¡Me mentiste! No puedo volar. Probé, y ¡mira el golpe que me di!. No soy como tú. Mis alas son de adorno... – lloriqueó.
-Hijo mío – dijo el padre – Para volar hay que crear el espacio de aire libre necesario para que las alas se desplieguen.
Es como tirarse en un paracaídas... necesitas cierta altura antes de saltar.
Para aprender a volar siempre hay que empezar corriendo un riesgo.
Si uno no quiere correr riesgos, lo mejor será resignarse y seguir caminando como siempre.
-Hijo mío, no todos nacen con alas. Y si bien es cierto que no tienes obligación de volar, opino que sería penoso que te limitaras a caminar teniendo las alas que el buen Dios te ha dado.
-Pero yo no sé volar – contestó el hijo.
-Ven – dijo el padre.
Lo tomó de la mano y caminando lo llevó al borde del abismo en la montaña.
-Ves hijo, este es el vacío. Cuando quieras podrás volar. Sólo debes pararte aquí, respirar profundo, y saltar al abismo. Una vez en el aire extenderás las alas y volarás...
El hijo dudó.
-¿Y si me caigo?
-Aunque te caigas no morirás, sólo algunos machucones que harán más fuerte para el siguiente intento –contestó el padre.
El hijo volvió al pueblo, a sus amigos, a sus pares, a sus compañeros con los que había caminado toda su vida.
Los más pequeños de mente dijeron:
-¿Estás loco?
-¿Para qué?
-Tu padre está delirando...
-¿Qué vas a buscar volando?
-¿Por qué no te dejas de pavadas?
-Y además, ¿quién necesita?
Los más lúcidos también sentían miedo:
-¿Será cierto?
-¿No será peligroso?
-¿Por qué no empiezas despacio?
-En todo casa, prueba tirarte desde una escalera.
-...O desde la copa de un árbol, pero... ¿desde la cima?
El joven escuchó el consejo de quienes lo querían.
Subió a la copa de un árbol y con coraje saltó...
Desplegó sus alas.
Las agitó en el aire con todas sus fuerzas... pero igual... se precipitó a tierra...
Con un gran chichón en la frente se cruzó con su padre:
-¡Me mentiste! No puedo volar. Probé, y ¡mira el golpe que me di!. No soy como tú. Mis alas son de adorno... – lloriqueó.
-Hijo mío – dijo el padre – Para volar hay que crear el espacio de aire libre necesario para que las alas se desplieguen.
Es como tirarse en un paracaídas... necesitas cierta altura antes de saltar.
Para aprender a volar siempre hay que empezar corriendo un riesgo.
Si uno no quiere correr riesgos, lo mejor será resignarse y seguir caminando como siempre.
sábado, 5 de diciembre de 2009
LA HUMILDAD
Caminaba con mi padre, cuando él se detuvo en una curva y después de un pequeño silencio me preguntó:
- Además del cantar de los pájaros, ¿escuchas alguna cosa más?
Agucé mis oídos y algunos segundos después le respondí:
- Estoy escuchando el ruido de una carreta…
- Eso es, dijo mi padre. Es una carreta vacía.
Pregunté a mi padre: ¿cómo sabes que es una carreta vacía si aún no la vemos?
Entonces mi padre respondió:
- Es muy fácil saber cuándo una carreta está vacía, por causa del ruido. Más vacía la carreta, mayor es el ruido que hace.
Me convertí en adulto hasta hoy, cuando veo a una persona hablando demasiado, interrumpiendo la conversación de todos, siendo inoportuna, presumiendo de lo que tiene, siendo prepotente y haciendo de menos a la gente, tengo la impresión de oír la voz de mi padre diciendo:
“Por cuanto más vacía la carreta, mayor es el ruido que hace”.
Una mirada de la humildad consiste en callar nuestras virtudes y permitirles a los demás descubrirlas. Y recordemos que existen personas tan pobres que lo único que tienen es dinero. Nadie está más vacío que aquel que está solo lleno del Yo mismo.
Seamos lluvia serena y mansa que llega profundamente a las raíces en silencio, nutriendo…
Fuente: Pura vida
- Además del cantar de los pájaros, ¿escuchas alguna cosa más?
Agucé mis oídos y algunos segundos después le respondí:
- Estoy escuchando el ruido de una carreta…
- Eso es, dijo mi padre. Es una carreta vacía.
Pregunté a mi padre: ¿cómo sabes que es una carreta vacía si aún no la vemos?
Entonces mi padre respondió:
- Es muy fácil saber cuándo una carreta está vacía, por causa del ruido. Más vacía la carreta, mayor es el ruido que hace.
Me convertí en adulto hasta hoy, cuando veo a una persona hablando demasiado, interrumpiendo la conversación de todos, siendo inoportuna, presumiendo de lo que tiene, siendo prepotente y haciendo de menos a la gente, tengo la impresión de oír la voz de mi padre diciendo:
“Por cuanto más vacía la carreta, mayor es el ruido que hace”.
Una mirada de la humildad consiste en callar nuestras virtudes y permitirles a los demás descubrirlas. Y recordemos que existen personas tan pobres que lo único que tienen es dinero. Nadie está más vacío que aquel que está solo lleno del Yo mismo.
Seamos lluvia serena y mansa que llega profundamente a las raíces en silencio, nutriendo…
Fuente: Pura vida
sábado, 28 de noviembre de 2009
UNA HISTORIA PARA TI
LA HISTORIA DE PEPE
Pepe era el tipo de persona que te encantaría ser. Siempre estaba de buen humor y siempre tenía algo positivo que decir. Cuando alguien le preguntaba como le iba, el respondía: "Si pudiera estar mejor, tendría un gemelo".
Era un gerente único porque tenía varias meseras que lo habían seguido de restaurante en restaurante. La razón por la que las meseras seguían a Pepe era por su actitud.
Él era un motivador natural: si un empleado tenía un mal día,Pepe estaba ahí para decirle al empleado como ver el lado positivo de la situación. Ver este estilo realmente me causó curiosidad, así que un día fui a buscar a Pepe y le pregunte:
No lo entiendo... no es posible ser una persona positiva todo el tiempo
¿Cómo lo haces?...
Pepe respondió:
"Cada mañana me despierto y me digo a mi mismo: Pepe, tienes dos opciones hoy: puedes escoger estar de buen humor o puedes escoger estar de mal humor." "Escojo estar de buen humor". "Cada vez que sucede algo malo, puedo escoger entre ser una víctima o aprender de ello. Escojo aprender de ello". "Cada vez que alguien viene a mí para quejarse, puedo aceptar su queja o puedo señalarle el lado positivo de la vida. Escojo señalarle el lado positivo de la vida".
Si, claro, pero no es tan fácil, protesté.
"Si lo es", dijo Pepe. "Todo en la vida es acerca de elecciones. Cuando quitas todo lo demás, cada situación es una elección". "Tu eliges cómo reaccionas ante cada situación, tu eliges cómo la gente afectará tu estado de ánimo, tu eliges estar de buen humor o mal humor".
"En resumen, TU ELIGES COMO VIVIR LA VIDA".
Reflexioné en lo que Pepe me dijo...
Poco tiempo después, deje la industria hotelera para iniciar mi propio negocio,Perdimos contacto, pero con frecuencia pensaba en Pepe, cuando tenía que hacer una elección en la vida en vez de reaccionar contra ella. Varios años más tarde, me enteré que Pepe hizo algo que nunca debe hacerse en un negocio de restaurante, dejó la puerta de atrás abierta y una mañana fue asaltado por tres ladrones armados.
Mientras trataba de abrir la caja fuerte, su mano, temblando por el nerviosismo, resbaló de la combinación. Los asaltantes sintieron pánico y le dispararon. Con mucha suerte, Pepe fue encontrado relativamente pronto y llevado de emergencia a una clínica. Después de ocho horas de cirugía y semanas de terapia intensiva,
Pepe fue dado de alta, aún con fragmentos de bala en su cuerpo.
Me encontré con Pepe seis meses después del accidente y cuando le pregunté como
estaba, me respondió:
"Si pudiera estar mejor, tendría un gemelo".
Le pregunté que pasó por su mente en el momento del asalto. Contestó:
"lo primero que vino a mi mente fue que debí haber cerrado con llave la puerta de atrás. Cuando estaba tirado en el piso, recordé que tenía dos opciones: podía elegir vivir o podía elegir morir. Elegí vivir".
"¿No sentiste miedo?" Le pregunté. Pepe continuó:
"Los médicos fueron geniales. No dejaban de decirme que iba a estar bien.Pero cuando me llevaron al quirófano y vi las expresiones en las caras de los médicos y enfermeras, realmente me asusté. Podía leer en sus ojos: "es hombre muerto." Supe entonces que debía tomar una decisión.
"¿Qué hiciste?" Pregunté.
"Bueno, uno de los médicos me preguntó si era alérgico a algo y respirando profundo grité: - "Si, a las balas" - Mientras reían, les dije: "estoy escogiendo vivir, opérenme como si estuviera vivo, no muerto".
Pepe vivió por la maestría de los médicos, pero sobre todo por su asombrosa actitud. Aprendió que cada día tenemos la elección de vivir plenamente, la ACTITUD, al final, lo es todo.
La felicidad es la tranquilidad interna de saber hacia donde dirigimos nuestras vidas. Radica en una actitud hacia el presente y no en una condición futura.
Se feliz.
Pepe era el tipo de persona que te encantaría ser. Siempre estaba de buen humor y siempre tenía algo positivo que decir. Cuando alguien le preguntaba como le iba, el respondía: "Si pudiera estar mejor, tendría un gemelo".
Era un gerente único porque tenía varias meseras que lo habían seguido de restaurante en restaurante. La razón por la que las meseras seguían a Pepe era por su actitud.
Él era un motivador natural: si un empleado tenía un mal día,Pepe estaba ahí para decirle al empleado como ver el lado positivo de la situación. Ver este estilo realmente me causó curiosidad, así que un día fui a buscar a Pepe y le pregunte:
No lo entiendo... no es posible ser una persona positiva todo el tiempo
¿Cómo lo haces?...
Pepe respondió:
"Cada mañana me despierto y me digo a mi mismo: Pepe, tienes dos opciones hoy: puedes escoger estar de buen humor o puedes escoger estar de mal humor." "Escojo estar de buen humor". "Cada vez que sucede algo malo, puedo escoger entre ser una víctima o aprender de ello. Escojo aprender de ello". "Cada vez que alguien viene a mí para quejarse, puedo aceptar su queja o puedo señalarle el lado positivo de la vida. Escojo señalarle el lado positivo de la vida".
Si, claro, pero no es tan fácil, protesté.
"Si lo es", dijo Pepe. "Todo en la vida es acerca de elecciones. Cuando quitas todo lo demás, cada situación es una elección". "Tu eliges cómo reaccionas ante cada situación, tu eliges cómo la gente afectará tu estado de ánimo, tu eliges estar de buen humor o mal humor".
"En resumen, TU ELIGES COMO VIVIR LA VIDA".
Reflexioné en lo que Pepe me dijo...
Poco tiempo después, deje la industria hotelera para iniciar mi propio negocio,Perdimos contacto, pero con frecuencia pensaba en Pepe, cuando tenía que hacer una elección en la vida en vez de reaccionar contra ella. Varios años más tarde, me enteré que Pepe hizo algo que nunca debe hacerse en un negocio de restaurante, dejó la puerta de atrás abierta y una mañana fue asaltado por tres ladrones armados.
Mientras trataba de abrir la caja fuerte, su mano, temblando por el nerviosismo, resbaló de la combinación. Los asaltantes sintieron pánico y le dispararon. Con mucha suerte, Pepe fue encontrado relativamente pronto y llevado de emergencia a una clínica. Después de ocho horas de cirugía y semanas de terapia intensiva,
Pepe fue dado de alta, aún con fragmentos de bala en su cuerpo.
Me encontré con Pepe seis meses después del accidente y cuando le pregunté como
estaba, me respondió:
"Si pudiera estar mejor, tendría un gemelo".
Le pregunté que pasó por su mente en el momento del asalto. Contestó:
"lo primero que vino a mi mente fue que debí haber cerrado con llave la puerta de atrás. Cuando estaba tirado en el piso, recordé que tenía dos opciones: podía elegir vivir o podía elegir morir. Elegí vivir".
"¿No sentiste miedo?" Le pregunté. Pepe continuó:
"Los médicos fueron geniales. No dejaban de decirme que iba a estar bien.Pero cuando me llevaron al quirófano y vi las expresiones en las caras de los médicos y enfermeras, realmente me asusté. Podía leer en sus ojos: "es hombre muerto." Supe entonces que debía tomar una decisión.
"¿Qué hiciste?" Pregunté.
"Bueno, uno de los médicos me preguntó si era alérgico a algo y respirando profundo grité: - "Si, a las balas" - Mientras reían, les dije: "estoy escogiendo vivir, opérenme como si estuviera vivo, no muerto".
Pepe vivió por la maestría de los médicos, pero sobre todo por su asombrosa actitud. Aprendió que cada día tenemos la elección de vivir plenamente, la ACTITUD, al final, lo es todo.
La felicidad es la tranquilidad interna de saber hacia donde dirigimos nuestras vidas. Radica en una actitud hacia el presente y no en una condición futura.
Se feliz.
sábado, 14 de noviembre de 2009
EL VERDADERO VALOR DEL ANILLO
Hay una vieja historia de un joven que acudió a un sabio en busca de ayuda.
“ – Vengo, maestro, porque me siento tan poca cosa que no tengo ganas de hacer nada. Me dicen que no sirvo, que no hago nada bien, que soy torpe y bastante tonto ¿cómo puedo mejorar? ¿que puedo hacer para que me valoren más?
El maestro, sin mirarlo, le dijo: “cuanto lo siento, muchacho. No puedo ayudarte, ya que debo resolver primero mi propio problema. Quizá después...” Y, haciendo una pausa, agregó: “si quisieras ayudarme tú a mí, yo podría resolver este tema con más rapidez y después tal vez te pueda ayudar”
- E...encantado, maestro – titubeó el joven, sintiendo que de nuevo era desvalorizado y sus necesidades postergadas.
- Bien – continuó el maestro. Se quitó un anillo que llevaba en el dedo meñique de la mano izquierda y, dándoselo al muchacho, añadió -:toma el caballo que está ahí fuera y cabalga hasta el mercado. Debo vender este anillo porque tengo que pagar una deuda. Es necesario que obtengas por él la mayor suma posible, y no aceptes menos de una moneda de oro.
El joven tomó el anillo y partió. Apenas llegó al mercado, empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes, que lo miraban con algo de interés hasta que el joven decía lo que pedía por él.
Cuando el muchacho mencionaba la moneda de oro, algunos reían, otros le giraban la cara y tan sólo un anciano fue lo bastante amable como para tomarse la molestia de explicarle que una moneda de oro era demasiado valiosa como para entregarla a cambio de un anillo. Con afán de ayudar, alguien le ofreció una moneda de plata y un recipiente de cobre, pero el joven tenía instrucciones de no aceptar menos de una moneda de oro y rechazó la oferta.
Después de ofrecer la joya a todas las personas que se cruzaron con él en el mercado, que fueron más de cien, y abatido por su fracaso, montó en su caballo y regresó.
Cuánto hubiera deseado el joven tener una moneda de oro para entregársela al maestro y liberarlo de su preocupación, para poder recibir al fin su consejo y ayuda.
Entró en la habitación.
-Maestro-dijo, lo siento. No es posible conseguir lo que me pides. Quizás hubiera podido conseguir dos o tres monedas de plata, pero no creo que yo pueda engañar a nadie respecto del verdadero valor del anillo.
-Eso que has dicho es muy importante, joven amigo – contestó sonriente el maestro-. Debemos conocer primero el verdadero valor del anillo. Vuelve a montar tu caballo y ve a ver al joyero. ¿quien mejor que él puede saberlo? Dile que desearías vender el anillo y pregúntale cuánto te da por él. Pero no importa lo que te ofrezca: no se lo vendas. Vuelve aquí con mi anillo.
El joven volvió a cabalgar.
El joyero examinó el anillo a la luz del candil, lo miró con su lupa, lo pesó y luego le dijo al chico:
-Dile al maestro, muchacho, que si lo quiere vender ya mismo, no puedo darle más de cincuenta y ocho monedas de oro por su anillo.
-¿cincuenta y ocho monedas? –exclamó el joven.
-Si –replicó el joyero-. Yo sé que con tiempo podríamos obtener por él cerca de setenta monedas, pero si la venta es urgente....
El joven corrió emocionado a casa del maestro a contarle lo sucedido.
-Siéntate – dijo el maestro después de escucharlo-. Tú eres como ese anillo: una joya, valiosa y única. Y como tal, sólo puede evaluarte un verdadero experto. ¿Por qué vas por la vida pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor?
Y, diciendo esto, volvió a ponerse el anillo en el dedo meñique de su mano izquierda.
“Déjame que te cuente”
Jorge Bucay
“ – Vengo, maestro, porque me siento tan poca cosa que no tengo ganas de hacer nada. Me dicen que no sirvo, que no hago nada bien, que soy torpe y bastante tonto ¿cómo puedo mejorar? ¿que puedo hacer para que me valoren más?
El maestro, sin mirarlo, le dijo: “cuanto lo siento, muchacho. No puedo ayudarte, ya que debo resolver primero mi propio problema. Quizá después...” Y, haciendo una pausa, agregó: “si quisieras ayudarme tú a mí, yo podría resolver este tema con más rapidez y después tal vez te pueda ayudar”
- E...encantado, maestro – titubeó el joven, sintiendo que de nuevo era desvalorizado y sus necesidades postergadas.
- Bien – continuó el maestro. Se quitó un anillo que llevaba en el dedo meñique de la mano izquierda y, dándoselo al muchacho, añadió -:toma el caballo que está ahí fuera y cabalga hasta el mercado. Debo vender este anillo porque tengo que pagar una deuda. Es necesario que obtengas por él la mayor suma posible, y no aceptes menos de una moneda de oro.
El joven tomó el anillo y partió. Apenas llegó al mercado, empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes, que lo miraban con algo de interés hasta que el joven decía lo que pedía por él.
Cuando el muchacho mencionaba la moneda de oro, algunos reían, otros le giraban la cara y tan sólo un anciano fue lo bastante amable como para tomarse la molestia de explicarle que una moneda de oro era demasiado valiosa como para entregarla a cambio de un anillo. Con afán de ayudar, alguien le ofreció una moneda de plata y un recipiente de cobre, pero el joven tenía instrucciones de no aceptar menos de una moneda de oro y rechazó la oferta.
Después de ofrecer la joya a todas las personas que se cruzaron con él en el mercado, que fueron más de cien, y abatido por su fracaso, montó en su caballo y regresó.
Cuánto hubiera deseado el joven tener una moneda de oro para entregársela al maestro y liberarlo de su preocupación, para poder recibir al fin su consejo y ayuda.
Entró en la habitación.
-Maestro-dijo, lo siento. No es posible conseguir lo que me pides. Quizás hubiera podido conseguir dos o tres monedas de plata, pero no creo que yo pueda engañar a nadie respecto del verdadero valor del anillo.
-Eso que has dicho es muy importante, joven amigo – contestó sonriente el maestro-. Debemos conocer primero el verdadero valor del anillo. Vuelve a montar tu caballo y ve a ver al joyero. ¿quien mejor que él puede saberlo? Dile que desearías vender el anillo y pregúntale cuánto te da por él. Pero no importa lo que te ofrezca: no se lo vendas. Vuelve aquí con mi anillo.
El joven volvió a cabalgar.
El joyero examinó el anillo a la luz del candil, lo miró con su lupa, lo pesó y luego le dijo al chico:
-Dile al maestro, muchacho, que si lo quiere vender ya mismo, no puedo darle más de cincuenta y ocho monedas de oro por su anillo.
-¿cincuenta y ocho monedas? –exclamó el joven.
-Si –replicó el joyero-. Yo sé que con tiempo podríamos obtener por él cerca de setenta monedas, pero si la venta es urgente....
El joven corrió emocionado a casa del maestro a contarle lo sucedido.
-Siéntate – dijo el maestro después de escucharlo-. Tú eres como ese anillo: una joya, valiosa y única. Y como tal, sólo puede evaluarte un verdadero experto. ¿Por qué vas por la vida pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor?
Y, diciendo esto, volvió a ponerse el anillo en el dedo meñique de su mano izquierda.
“Déjame que te cuente”
Jorge Bucay
viernes, 6 de noviembre de 2009
QUEDA PROHIBIDO
¡QUEDA PROHIBIDO!
¿Qué es lo verdaderamente importante?
Busco en mi interior la respuesta,
y me es tan difícil de encontrar.
Falsas ideas invaden mi mente,
Acostumbrada a enmascarar lo que no entiende,
Aturdida en un mundo de irreales ilusiones,
Donde la vanidad, el miedo, la riqueza,
La violencia, el odio, la indiferencia,
Se convierten en adorados héroes,
¡no me extraña que exista tanta confusión
tanta lejanía de todo, tanta desilusión
Me preguntas cómo se puede ser feliz,
Cómo entre tanta mentira puede uno convivir,
Cada cual es quien se tiene que responder,
Aunque para mí, aquí, ahora y para siempre:
Queda prohibido llorar sin aprender,
Levantarme un día sin saber qué hacer,
Tener miedo a mis recuerdos,
sentirme sólo alguna vez.
Queda prohibido no sonreír a los problemas,
No luchar por lo que quiero,
Abandonarlo todo por tener miedo,
No convertir en realidad mis sueños.
Queda prohibido no demostrarte mi amor,
Hacer que pagues mis dudas y mi mal humor,
Inventarme cosas que nunca ocurrieron,
Recordarte sólo cuando no te tengo.
Queda prohibido dejar a mis amigos,
No intentar comprender lo que vivimos,
Llamarles sólo cuando los necesito,
No ver que también nosotros somos distintos.
Queda prohibido no ser yo ante la gente,
fingir ante las personas que no me importan,
hacerme el gracioso con tal de que me recuerden,
olvidar a todos aquellos que me quieren.
Queda prohibido no hacer las cosas por mi mismo,
no creer en mi dios y hallar mi destino,
tener miedo a la vida y a sus castigos,
no vivir cada día como si fuera un último suspiro
Queda prohibido echarte de menos sin alegrarme,
Odiar los momentos que me hicieron quererte,
todo porque nuestros caminos han dejado de abrazarse,
olvidar nuestro pasado y pagarlo con nuestro presente
Queda prohibido no intentar comprender a las personas,
pensar que sus vidas valen más que la mía,
no saber que cada uno tiene su camino y su dicha,
Sentir que con su falta el mundo se termina.
Queda prohibido no crear mi historia,
dejar de dar las gracias a mi familia por mi vida,
No tener un momento para la gente que me necesita,
No comprender que lo que la vida nos da también nos lo quita
Alfredo Cuervo Barrero.
¿Qué es lo verdaderamente importante?
Busco en mi interior la respuesta,
y me es tan difícil de encontrar.
Falsas ideas invaden mi mente,
Acostumbrada a enmascarar lo que no entiende,
Aturdida en un mundo de irreales ilusiones,
Donde la vanidad, el miedo, la riqueza,
La violencia, el odio, la indiferencia,
Se convierten en adorados héroes,
¡no me extraña que exista tanta confusión
tanta lejanía de todo, tanta desilusión
Me preguntas cómo se puede ser feliz,
Cómo entre tanta mentira puede uno convivir,
Cada cual es quien se tiene que responder,
Aunque para mí, aquí, ahora y para siempre:
Queda prohibido llorar sin aprender,
Levantarme un día sin saber qué hacer,
Tener miedo a mis recuerdos,
sentirme sólo alguna vez.
Queda prohibido no sonreír a los problemas,
No luchar por lo que quiero,
Abandonarlo todo por tener miedo,
No convertir en realidad mis sueños.
Queda prohibido no demostrarte mi amor,
Hacer que pagues mis dudas y mi mal humor,
Inventarme cosas que nunca ocurrieron,
Recordarte sólo cuando no te tengo.
Queda prohibido dejar a mis amigos,
No intentar comprender lo que vivimos,
Llamarles sólo cuando los necesito,
No ver que también nosotros somos distintos.
Queda prohibido no ser yo ante la gente,
fingir ante las personas que no me importan,
hacerme el gracioso con tal de que me recuerden,
olvidar a todos aquellos que me quieren.
Queda prohibido no hacer las cosas por mi mismo,
no creer en mi dios y hallar mi destino,
tener miedo a la vida y a sus castigos,
no vivir cada día como si fuera un último suspiro
Queda prohibido echarte de menos sin alegrarme,
Odiar los momentos que me hicieron quererte,
todo porque nuestros caminos han dejado de abrazarse,
olvidar nuestro pasado y pagarlo con nuestro presente
Queda prohibido no intentar comprender a las personas,
pensar que sus vidas valen más que la mía,
no saber que cada uno tiene su camino y su dicha,
Sentir que con su falta el mundo se termina.
Queda prohibido no crear mi historia,
dejar de dar las gracias a mi familia por mi vida,
No tener un momento para la gente que me necesita,
No comprender que lo que la vida nos da también nos lo quita
Alfredo Cuervo Barrero.
domingo, 1 de noviembre de 2009
PAN DE BRUJA
La Srta. Martha Meacham se quedó con la pequeña panadería de la esquina (esa que cuando abres la puerta tintinea la campanilla). Cuarentona, y con una cuenta corriente pendiente de un crédito de dos mil dólares, tenía dos dientes falsos y un corazón compasivo.
Dos o tres veces por semana, acudía a su panadería un joven por el que tomó interés. Un hombre de mediana edad, con gafas y barba cuidada. De fuerte acento alemán, su ropa se notaba raída en puntos muy concretos, aunque era aseado y muy educado .Siempre compraba dos panecillos del día anterior. El del día costaba dos centavos la pieza pero por dos centavos conseguía 5 del día anterior. Jamás pedía otra cosa que pan rancio.
A menudo, cuando la señorita Martha se sentaba a tomar el té, se acordaba del joven, deseando compartir con él su comida; compartir algo más que pan del día anterior. Había llegado a la conclusión de que era un artista. Lo supo el día en que entró a pedir -como siempre- dos panecillos del día anterior y al recaer su vista sobre una de las baldas del fondo, le hizo un comentario sobre el cuadro con una estampa veneciana que había arrumbado en una de ellas. ¡Como le brillaban los ojos a través de las gafas! Tan a menudo el genio tiene que luchar tanto hasta que se le reconozca... pensaba.
Él seguía acudiendo, pero siempre a comprar pan del día anterior, jamás un bollo o un pastel del día; nada. Ninguna de las delicias que ella solía preparar.
En la trastienda, junto a la masa de hornear, Martha prepara un compuesto a base de bórax, membrillo y semillas; un potingue muy eficaz que aseguran da lustre al rostro. Y también ha cambiado su antiguo e insulso delantal marrón de sarga, por uno primoroso y azul, bordado a mano. ¡Algo tiene que hacer! No puede consentir que alguien con su talento -obviamente- jamás pruebe un panecillo o algo mejor que pan del día anterior. Pero sabe lo orgullosos que son los artistas, por eso piensa que le ofendería regalándole algo además de su compra habitual. No se siente capaz de hacerlo cara a cara. Pero ¿qué otra cosa puede hacer?
Al poco rato entra su cliente, como de costumbre a pedir el pan habitual. Martha ha salido de la trastienda con su delantal azul. Justo en ese momento un estruendo en la calle procedente de un coche de bomberos le hace a él volver la cabeza y acercarse hasta la puerta. El momento idóneo.
En el estante inferior detrás del mostrador Martha ha dejado una libra de mantequilla que trajo el lechero hace apenas diez minutos. Agarra el cuchillo y hace un corte a lo largo del panecillo, unta gran cantidad de mantequilla y vuelve a unir con fuerza las dos mitades para que no se note el corte. Para cuando él vuelve a mirarla, ella ya está envolviéndolo en papel. Iba apresurado, apenas pudieron cruzar unas palabras. Quizás en otra ocasión.
¿Se lo tomaría como una ofensa?, ¿pensaría que era una descarada? No, seguramente no, la mantequilla nunca ha sido demérito para una señorita.
Cuantas veces a lo largo del día siguiente dio vueltas ésa idea en su cabeza. Se sonrojaba sólo de pensarlo.
La campanita de la puerta sonó violentamente. Alguien entraba formando un escándalo. La señorita Martha acudió corriendo. Había dos hombres, uno era un joven fumando en pipa, un hombre al que jamás había visto, y el otro... su artista.
Su cara estaba roja de ira, el sombrero de medio lado y el pelo alborotado. De un golpe dejó las dos monedas bruscamente sobre el mostrador y miro fieramente a la señorita Martha.
.
-"_Dummkopf_!" - Soltó, y a continuación: "_Tausendonfer_!"- o algo parecido, y en verdad malsonante. -Me ha fastidiado pero bien, ¡estúpida metomentodo!- dijo con los ojos saliéndosele por encima de las gafas.
La señorita Martha retrocedió hacia las baldas de la pared sin saber qué decir, mientras se agarraba al delantal.
-Oh, vamos, ya basta - dijo el otro hombre sacándole de la tienda a trompicones -Tenía que haberle avisado, señora -dijo al regresar- Es delineante. Trabaja en mi misma oficina. Lleva trabajando tres meses en un proyecto diseñando un recinto para el Ayuntamiento. Se presentaba a concurso. Acabó de pasarlo a tinta ayer. Ya sabe... los delineantes primero lo hacen a lápiz... Y cuando había acabado, fue a borrar con la miga de pan rancio, es mejor que ninguna goma de borrar, ¿sabe? Sólo usted lo tiene rancio, por eso lo compra aquí. Pero la mantequilla... ya sabe, es buena para todo excepto para proyectos de arquitectura.
.
La señorita Martha regresó a la trastienda. Se quitó el delantal azul, se encasquetó definitivamente el viejo marrón y lanzó por la ventana su potingue embellecedor.
O. Henry
Dos o tres veces por semana, acudía a su panadería un joven por el que tomó interés. Un hombre de mediana edad, con gafas y barba cuidada. De fuerte acento alemán, su ropa se notaba raída en puntos muy concretos, aunque era aseado y muy educado .Siempre compraba dos panecillos del día anterior. El del día costaba dos centavos la pieza pero por dos centavos conseguía 5 del día anterior. Jamás pedía otra cosa que pan rancio.
A menudo, cuando la señorita Martha se sentaba a tomar el té, se acordaba del joven, deseando compartir con él su comida; compartir algo más que pan del día anterior. Había llegado a la conclusión de que era un artista. Lo supo el día en que entró a pedir -como siempre- dos panecillos del día anterior y al recaer su vista sobre una de las baldas del fondo, le hizo un comentario sobre el cuadro con una estampa veneciana que había arrumbado en una de ellas. ¡Como le brillaban los ojos a través de las gafas! Tan a menudo el genio tiene que luchar tanto hasta que se le reconozca... pensaba.
Él seguía acudiendo, pero siempre a comprar pan del día anterior, jamás un bollo o un pastel del día; nada. Ninguna de las delicias que ella solía preparar.
En la trastienda, junto a la masa de hornear, Martha prepara un compuesto a base de bórax, membrillo y semillas; un potingue muy eficaz que aseguran da lustre al rostro. Y también ha cambiado su antiguo e insulso delantal marrón de sarga, por uno primoroso y azul, bordado a mano. ¡Algo tiene que hacer! No puede consentir que alguien con su talento -obviamente- jamás pruebe un panecillo o algo mejor que pan del día anterior. Pero sabe lo orgullosos que son los artistas, por eso piensa que le ofendería regalándole algo además de su compra habitual. No se siente capaz de hacerlo cara a cara. Pero ¿qué otra cosa puede hacer?
Al poco rato entra su cliente, como de costumbre a pedir el pan habitual. Martha ha salido de la trastienda con su delantal azul. Justo en ese momento un estruendo en la calle procedente de un coche de bomberos le hace a él volver la cabeza y acercarse hasta la puerta. El momento idóneo.
En el estante inferior detrás del mostrador Martha ha dejado una libra de mantequilla que trajo el lechero hace apenas diez minutos. Agarra el cuchillo y hace un corte a lo largo del panecillo, unta gran cantidad de mantequilla y vuelve a unir con fuerza las dos mitades para que no se note el corte. Para cuando él vuelve a mirarla, ella ya está envolviéndolo en papel. Iba apresurado, apenas pudieron cruzar unas palabras. Quizás en otra ocasión.
¿Se lo tomaría como una ofensa?, ¿pensaría que era una descarada? No, seguramente no, la mantequilla nunca ha sido demérito para una señorita.
Cuantas veces a lo largo del día siguiente dio vueltas ésa idea en su cabeza. Se sonrojaba sólo de pensarlo.
La campanita de la puerta sonó violentamente. Alguien entraba formando un escándalo. La señorita Martha acudió corriendo. Había dos hombres, uno era un joven fumando en pipa, un hombre al que jamás había visto, y el otro... su artista.
Su cara estaba roja de ira, el sombrero de medio lado y el pelo alborotado. De un golpe dejó las dos monedas bruscamente sobre el mostrador y miro fieramente a la señorita Martha.
.
-"_Dummkopf_!" - Soltó, y a continuación: "_Tausendonfer_!"- o algo parecido, y en verdad malsonante. -Me ha fastidiado pero bien, ¡estúpida metomentodo!- dijo con los ojos saliéndosele por encima de las gafas.
La señorita Martha retrocedió hacia las baldas de la pared sin saber qué decir, mientras se agarraba al delantal.
-Oh, vamos, ya basta - dijo el otro hombre sacándole de la tienda a trompicones -Tenía que haberle avisado, señora -dijo al regresar- Es delineante. Trabaja en mi misma oficina. Lleva trabajando tres meses en un proyecto diseñando un recinto para el Ayuntamiento. Se presentaba a concurso. Acabó de pasarlo a tinta ayer. Ya sabe... los delineantes primero lo hacen a lápiz... Y cuando había acabado, fue a borrar con la miga de pan rancio, es mejor que ninguna goma de borrar, ¿sabe? Sólo usted lo tiene rancio, por eso lo compra aquí. Pero la mantequilla... ya sabe, es buena para todo excepto para proyectos de arquitectura.
.
La señorita Martha regresó a la trastienda. Se quitó el delantal azul, se encasquetó definitivamente el viejo marrón y lanzó por la ventana su potingue embellecedor.
O. Henry
jueves, 29 de octubre de 2009
La búsqueda del ego de la totalidad
Otro aspecto del dolor emocional que foma parte intrínseca de la mente egotista es una sensación profundamente arraigada de carencia o falta de totalidad, de no estar completo. En algunas personas, esto es consciente, en otras inconsciente. Si es consciente se manifiesta como el sentimiento agitado y constante de no ser valioso o suficientemente bueno. Si es inconsciente, sólo se sentirá indirectamente como en intenso anhelo, deseo y necesidad. En cualquiera de los dos casos, las personas se embarcan a menudo en una persecución compulsiva de gratificaciones para el ego y de cosas con las cuales identidicarse para llenar el vacío que sienten dentro. Así, se esfuerzan por perseguir posesiones, dinero, éxito, poder, reconocimiento o una relación especial, básicamente con el fin de sentirse mejor consigo mismos, de sentirse completos. Pero incluso cuando alcanzan todas esas cosas, descubren pronto que el vacío está todavía allí, que no tiene fondo. Entonces están realmente en problemas, porque no pueden engañarse más a sí mismos. Bueno, pueden y lo hacen, pero se vuelve más difícil.
Mientras la mente egotista esté gobernando su vida, usted no puede estar verdaderamente en paz; usted no puede estar en paz y realizado excepto por breves intervalos cuando obtuvo lo que quería, cuando un anhelo acaba de ser cumplido. Puesto que el ego es un sentido de sí mismo derivado, necesita identificarse con cosas externas. Necesita ser defendido y alimentado constantemente. Las identificaciones del ego más comunes tiene que ver con las posesiones, el trabajo que uno hace, el nivel social, y el reconocimiento, el conocimiento y la educación, la apariencia física, las habilidades especiales, las relaciones, la historia personal y familiar, los sistemas de creencias y también a menudo identificaciones políticas, nacionalistas, raciales, religiosas y otras de carácter colectivo. Ninguna de ellas es usted. ¿Encuentra esto aterrador? ¿O es un alivio saberlo? A todo esto tendrá que renunciar tarde o templano. Quizá lo encuentra todavía difícil de creer y realmente no le pido que crea que su identidad no puede encontrarse en ninguna de estas cosas. Usted sabrá la verdad de ello por usted mismo. Usted lo sabrá por tarde cuando sienta que la muerte se acerca. La muerte es desnudarse de todo lo que no es usted. El secreto de la vida es "morir antes de morir" y descubrir que no hay muerte.
El poder del ahora.
Eckhart Tolle
Mientras la mente egotista esté gobernando su vida, usted no puede estar verdaderamente en paz; usted no puede estar en paz y realizado excepto por breves intervalos cuando obtuvo lo que quería, cuando un anhelo acaba de ser cumplido. Puesto que el ego es un sentido de sí mismo derivado, necesita identificarse con cosas externas. Necesita ser defendido y alimentado constantemente. Las identificaciones del ego más comunes tiene que ver con las posesiones, el trabajo que uno hace, el nivel social, y el reconocimiento, el conocimiento y la educación, la apariencia física, las habilidades especiales, las relaciones, la historia personal y familiar, los sistemas de creencias y también a menudo identificaciones políticas, nacionalistas, raciales, religiosas y otras de carácter colectivo. Ninguna de ellas es usted. ¿Encuentra esto aterrador? ¿O es un alivio saberlo? A todo esto tendrá que renunciar tarde o templano. Quizá lo encuentra todavía difícil de creer y realmente no le pido que crea que su identidad no puede encontrarse en ninguna de estas cosas. Usted sabrá la verdad de ello por usted mismo. Usted lo sabrá por tarde cuando sienta que la muerte se acerca. La muerte es desnudarse de todo lo que no es usted. El secreto de la vida es "morir antes de morir" y descubrir que no hay muerte.
El poder del ahora.
Eckhart Tolle
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